DOI: https://doi.org/10.70254/controlvisible.2021.1.3

CrossMark

“¿Qué hacemos con estos manes?” Discurso de jóvenes en Medellín sobrecorrupción y democracia.

Por: Lukas Jaramillo1

Resumen

La desafección, la impotencia y la desconfianza de los jóvenes sobre las instituciones colombianas y la democracia (desde Medellín) están muy relacionadas con la comprensión, experiencia y observación de la corrupción y esto tiene un contenido simbólico que llega a sus propias lecturas sobre legitimidad. Más allá, la impotencia tiene que ver con que no sólo hay que lidiar con la noción de la penetración de la corrupción en la justicia y en los órganos de control, sino de la violencia como recursos y el homicidio como consecuencia de protestar o denunciar. A pesar de un pesimismo pragmático, desde los quince años, llegan a propuestas y se plantean alternativas, fundamentalmente de la democracia de proximidad y creativa desde el territorio cotidiano.

Palabras claves

Corrupción / Democracia / Jóvenes / Adolescentes / Participación / Veeduría / Formación ciudadana.

Introducción

La experiencia, lectura y creencia de jóvenes y adolescentes sobre corrupción, permiten evaluar instituciones, escuela y partidos, pero también comprender a una ciudadanía emergente y sus posibilidades de generar transformación desde sus entrañas.

Para esto se construyó una entrevista que propició conversaciones con jóvenes y adolescentes en Medellín sobre democracia, la experiencia de la democracia escolar, del aprendizaje en la escuela sobre ciudadanía y política: la experiencia y nociones de campañas políticas, líderes y políticos; ideas sobre instituciones de control, veedurías; principales decisiones estatales y los consumos o formas de informarse sobre lo público.

Los testimonios recibidos permitieron primero hacer un análisis sobre quiénes son ellos y ellas, luego qué saben, así como qué opinan de la corrupción; en una tercera parte que esperamos que sepan y cómo imaginamos la escuela y, finalmente, relacionar el saber al poder y entrar en la complejidad del miedo y la violencia que fue uno de las correlaciones que establecieron las y los entrevistados.

Metodología

La metodología para este artículo consistió en aplicar un instrumento abierto a 14 jóvenes entre 14 y 20 años en Medellín y a una artista de 25 años. La escogencia de las y los entrevistados buscó una representatividad en la periferia de Medellín mediante tres corregimientos y 5 comunas, logrando también la experiencia de una escuela de música, de jóvenes del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes, un proceso de formación ciudadana, un estudiante de 18 años en extraedad, un migrante y tres estudiantes universitarios universidad. Cada entrevistado y entrevistado sólo conocía a un máximo de dos entrevistados, para hacer este análisis sobre varios grupos de jóvenes y adolescentes muy distintos.

Semblante joven

La semblanza de jóvenes y adolescentes se puede recoger en 15 personas que hacen música, danzan, juegan fútbol, trabajan como mensajeros, en el comercio, en universidades y especialmente estudian (tres en la universidad y 8 en colegios públicos). La misma metodología de las entrevistas, la especie de voluntariado con la que algunos y algunas adolescentes ofrecieron una o dos horas, habla de la amabilidad, una amabilidad alegre, con mucha disposición, tierna, de sonrisa fácil.

Dentro de ese punto de la amabilidad está el ánimo: por más que nos encontramos con conclusiones atroces sobre el presente y las difíciles salidas que ofrece el futuro, hay una cierta convicción por asuntos concretos y pequeños espacios que nos da una idea de empeño y laboriosidad de jóvenes y adolescentes.

Ninguno o ninguna de los entrevistados dijo que tenía problemas para acceder a los alimentos, pero siete recordaban épocas en las que se acostaron con hambre. Hacer entrevistas en Medellín es encontrarse con una juventud mestiza, afrodescendiente, una población hecha por migraciones, amasada por todas las subregiones y por el norte de Colombia y el Pacífico del país.

Podríamos decir que adolescentes desde los 15 años son capaces de cargar con los dolores de su familia, despojos y humillaciones transgeneracionales, que nos recuerdan que esos desplazamientos que fueron formando a la Medellín moderna (y su área metropolitana), y que la siguen haciendo crecer, están fuertemente atravesados por el conflicto armado, la pérdida de propiedad y que implican llegar a la ciudad en la absoluta pobreza.

Por otro lado, esta semblanza nos lleva a reconocer que hay un reconocimiento y gusto por el propio barrio y casi siempre por la ciudad, que está mostrando tanto algunos éxitos socio-económicos o institucionales (restaurantes escolares, vivienda, transporte público y agua potable) de varias décadas, pero también una propia lectura de lo que sufrió su familia y ya no está sufriendo.

Es probable que en Colombia suceda algo similar a Chile donde la experiencia es que el ciclo de vida de la ocupación laboral se ha reducido y, por lo tanto, hay más inestabilidad (Rodrigo y Oyarzo, 2021). Quizá lo que genera un escenario más negativo para la legitimidad, es que sólo en los primeros años de experiencia laboral hay meritocracia, luego se produce una diferenciación relacionada con la familia de origen, lo que genera un estancamiento para jóvenes por su condición étnica y las condiciones socioeconómicas preexistentes.

Girón (2012) refiriéndose a una realidad más amplia, posiblemente latinoamericana, plantea que la economía, con sus revoluciones tecnológicas, excluye, mientras que la democracia está llamada a reintegrar, buscando soluciones o respuestas de un sistema a otro. Los jóvenes desean un lugar en el mundo, más que un subsidio o beneficencia. La universidad puede ser un presente y el trabajo un destino, por eso a veces se quiere y necesita un trabajo urgentemente y se busca que la universidad lleve al trabajo, 

como algo que en todo caso es un ciclo que se acaba. Lo obvio de esto se menciona porque nos acostumbremos a que falte el deseo del conocimiento, siempre sustituido por la noción del requisito y, entonces, pero comprensible porque la prioridad de esta y este joven es pertenecer, el estudio está subordinado al trabajo (no necesariamente al ingreso económico). Finalmente pertenecer es algo muy propio de la edad, pero también nos lleva a una lectura profunda del desplazamiento y las exclusiones abruptas de la violencia colombiana.

Sin excepción, todas las entrevistas muestran personas que no pretenden conseguir nada regalado. Una adolescente define que sus coetáneos se dividen en dos grupos: los que prefieren trabajar y los que prefieren estudiar. Exactamente esos dos planes vimos que surgía en todas las entrevistas. Aunque los objetivos ciudadanos no son tan comunes y sus estrategias o planes muy minoritarios, precisamente jóvenes y adolescentes buscan ser más ciudadanos trabajando o estudiando. Adicionalmente hay pasiones muy presentes en el arte, puntualmente en la música, en la danza y sueños de fútbol, pero es aún más interesante cómo se conjugan con gustos cotidianos de informar, enseñar, ponerse de acuerdo, reclamar y animar.

¿Qué se sabe?

Casa de las Estrategias (2021) hizo una serie de entrevistas a jóvenes en las marchas durante las manifestaciones del 2021 y sorprendió que detrás de la falta de ingresos, problemas de la educación y programas sociales que dejaron de funcionar o faltaban, el análisis de la protesta desde adentro llegaba a la corrupción.

Básicamente la lógica de jóvenes entre 17 y 22 llega hasta la analogía con el hogar, donde no importa que falten recursos con tal de que todos estén asumiendo con justicia la condición de escasez. Por eso ante el inconformismo o incluso la rabia de jóvenes no se pueden subestimar símbolos en el discurso, en el estilo de vida o en pequeños gastos de dirigentes públicos (E1-E7; E9-E14, 2021).

El análisis de la joven y del joven no se centra en una necesidad puntual, sino en necesidades comparadas, para ahondar hasta la legitimidad de las decisiones y la estructura que la soporta.

Jóvenes y adolescentes se sienten afectados por la corrupción, no sólo son más sensibles a noticias, como el caso Odebrecht, sino que tienen noción desde los 15 años de cómo su biografía y su historia familiar está atravesada por los impactos de la corrupción.

Una adolescente plantea que perdió una beca por la corrupción (E1, 2021), otra y otro que su familia fue desplazada por relaciones corruptas entre el Estado y grupos armados o entre el Ejército y grupos armados y que les deben una indemnización que por corrupción también les han negado (E10; E12, 2021).

Un adolescente nos explica con lujo de detalles cómo por dejarle de pagar a los docentes, por un fallo informático en el que no confía, los desescolarizaron dos días en un momento clave del fin del perdiendo, sensible para los que estaban perdiendo el año en undécimo (E4, 2021). También nos explican como orquestas y casas culturales pierden presupuestos y cómo se utilizan terrenos y equipamientos para un fin inadecuado (E1; E7, 2021).

“Todas las noticias de corrupción son tétricas” (E3, 2021).

Los adolescentes no son ningunos analfabetas de la simbología: consumen símbolos, los comparten, los interpretan con rapidez y a grandes volúmenes, los editan creando contra-símbolos o para mejorarlos y reapropiarse.

Es sobresaliente en el discurso de los jóvenes un Estado enemigo, una especie de desinstitucionalización de políticos que es amenazante. Una tentación interpretativa es que este miedo o zozobra, sobre lo que puede hacerles un operador jurídico, el legislador o cualquier ejecutivo, es el desconocimiento, pero va quedando más claro que se trata de una comprensión heredada y transgeneracional de injusticias atroces (Uribe de Hincapié, 2001). No podemos olvidar el lugar de la confianza en la ingenuidad, y por tanto equivocaciones que en 

periferias y en las historias familiares de exclusión pueden resultar muy costosas.

“(...) Si ellos quieren nos pueden quitar el agua, subir el precio de la comida. Y si quitan los trabajos uno cómo va a sobrevivir. Por eso ya Colombia prácticamente depende de esos manes.”(E3, 2021).

La imaginación sobre lo estatal o incluso sobre la elite puede tener una parte de rabia, pero esa rabia muchas veces se transforma con facilidad en creación y allí el gesto de la solidaridad es más contante y más largo.

“Hay tantas cosas que yo haría: mi papá es desplazado y lleva años esperando la plata por su tierra. Ellos son los que nos han quitado parte, porque prácticamente mi papá trabajó tierras y era de él. En ese tiempo se veía mucho el racismo, todavía se ve. Mi papá se amputó un pie... (...) Devolvería todos los trabajos perdidos.” (E10, 2021).

En las entrevistas las y los jóvenes y adolescentes empiezan nombrando una crisis, luego la desconfianza y, finalmente, su impotencia. Muchas veces siquiera sin hacer la primera pregunta y sin nombrar el tema de democracia, Estado o corrupción, señalan que las cosas van mal.

En ninguna de las entrevistas se plantea que las cosas van bien, el Estado esté mejorando o alcanzando sus metas y la democracia funcione bien (E1-15, 2021). Sólo una minoría es enfática en pensar que las cosas pueden solucionarse y cambiar y, sin excepción, está relacionado a querer participar y en muchos casos a querer consultar (investigar) y organizarse. Donde están más divididos jóvenes y adolescentes es en si el camino para superar los problemas y descontentos es individual (y netamente económico) o colectivo (y político): nueve (de 15) plantearon que el camino era concentrarse en un proyecto bastante individual y económico. Decimos que parece porque estos hombres y mujeres entre 14 y 20 años tienen líneas en su discurso, como pasa con cualquiera, contradictorios: unas veces decían que no tenían tiempo para la organización y en otras que la democracia les parecía muy importante; en una misma entrevista también se escuchaba que estaban esperando a un líder y así mismo que él mismo podía ser ese líder en su escuela.

“El hecho de pensar si en diciembre voy a estrenar es suficiente para mí, no me voy a enredar con más cosas.” (E5, 2021).

Los límites y las conexiones entre legitimidad, descontento y desafección, nos llevan a que la desafección se puede heredar y que se trata de impotencia y confusión (Montero; Gunther; Torcal & Cuellar, 1998). Sin embargo, una hipótesis es que se está rompiendo una herencia y el descontento empieza a ser mayor en esta generación que la desafección, así como el desacuerdo mayor a la confusión.

¿Qué falta por saber?

En nueve entrevistas se ve una experiencia de la democracia o representación en el barrio y en catorce de la democracia escolar. Llama la atención que los jóvenes del Sistema de Responsabilidad Penal Adolescente no tuvieron ninguna experiencia de representación o de democracia en su barrio o vereda (sí de una jerarquía y de un patronazgo).

Es concluyente la posición sobre que los políticos distantes tienen prácticas clientelistas y casi siempre se sabe que esto es un problema, pero no se atreven a tener la determinación a no beneficiarse de esto. Un joven logra entender esto como un negocio en el que puede participar, pero hay un grupo, aunque minoritario, enfático en plantear que hay que romper un ciclo que puede arrancar con el clientelismo.

Cuando se remiten a su experiencia con la democracia escolar, la cercanía hace que esto pierda complejidad y alcanza una escala humana, se explica de forma mayoritaria que hay un culto a la personalidad, y en casi la mitad de los casos, una idea o esfuerzo por parte de ellos de concentrarse en las propuestas y no en la amistad y en la popularidad.

“En el colegio siempre va haber un sistema que es así: te tiras a la plancha (...), ellos pasan por tu salón, van a hacer campaña, y vas a votar básicamente por el que te gusta. Realmente es algo muy básico, básicamente pasa el candidato X, te voy a hacer la piscina. (...) Siento que falta el cara a cara.” (E3, 2021).

Por otra parte, está muy normalizado que el contralor o personero tenga privilegios, como ganarse una beca para la universidad, y esto es normalizado y no causa alarma. Quizá lo que describen más, pero no hay suficientes elementos como para que se vuelva una imaginación de cambio, es que hay demasiado poder en la rectoría, entonces este consejo estudiantil termina siendo consultivo.

“No es un mandatario. (...) No es como tal el que toma las decisiones” (E4, 2021)

En tres entrevistas jóvenes y adolescentes son enfáticos en no votar, en no creer en el voto. Sin embargo, en el resto, y aunque hay dudas y condicionantes, hay una intención y una claridad sobre votar.

“No les regalaría mi voto, porque eso es legitimar a los corruptos.” (E5, 2021).

“Yo votaría solamente porque la comunidad dice que tenemos que votar, y si es literal obligatorio, yo no sé qué es lo que pasa ahí, pero a mí no me gustaría votar. (...) No creo en los líderes políticos, pero me gustaría saber que alguien va a entrar y va a cambiar eso, pero la gente solamente está comprada por dinero, poder de territorio, porque hacen comprar a la gente con regalos.” (E12, 2021).

Quizá lo que parece de una complejidad desalentadora para los jóvenes y adolescentes es romper la corrupción de la cina del organigrama estatal. En la mitad de los casos, la corrupción es absolutamente inevitable, connatural al poder, en la otra mitad a las personas no corruptas no las dejan llegar, no las dejan hacer, o las convierten.

“Todo parte de corrupción: para tener poder hace cosas que no debe, caminos que no deben llegar, siempre llegan propuestas indebidas” (E1, 2021).

Chicos y chicas en noveno no sabían que era la democracia, en un caso la confunden con burocracia. Sólo en una tercera parte de las entrevistas tenían una idea de lo que era una veeduría. Llama la atención la formación política o ciudadana sobresaliente de los músicos y las músicas.

Genera una reflexión interesante que un entrevistado dijo que a la hora de la formación en ciudadanía y democracia no se vio interesado en la cátedra porque era algo lejano en el tiempo y distante en territorio (E2, 2021). En esa entrevista otro estudiante mencionó el Proceso 8.000 y el estudiante que lo acompañaba dijo que no sabía qué era (E3, 2021).

“Sólo enseñan de la Revolución Francesa. Nunca había escuchado decir nada del Proceso 8.000”. (E3, 2021).

Sobre la educación política o ciudadana en el colegio, Arturo Uslar (1997) plantea que la maestra y el maestro tienen un rol central para enseñar a amar la libertad y defender la libertad del otro, pero no mediante sermones sino experimentando la vida democrática. La vida democrática en la adolescencia y en la escuela podría ser la expresión, la discusión y la resolución de conflictos o el hallazgo de acuerdos.

Sobre este punto una de las entrevistadas planteaba que el problema con la escuela es lo sutil que se pasa de oprimido a opresor (E11, 2021). Una lucidez y sensibilidad para darse cuenta que sus maestros pueden estar en una situación de opresión y reproducen una suerte de crueldad o severidad con ellos (normas ilegítimas o inconsultas).

Más allá de las limitaciones objetivas (como puede ser un salón de clase muy numeroso, un mal espacio, falta de tiempo, de materiales y de tecnologías lúdicas) para enseñar a un estudiante en bachillerato conceptos, historia, capacidad reflexiva y analítica sobre acontecimientos nacionales y municipales, la escuela se puede deformar para un estudiante como una experiencia sólo jerárquica y de control (opuesta y sin balance a la deliberación y la democracia).

¿Saber o poder?

El aprendizaje o la falta de este nos lleva primero a un probable cambio que se puede estar experimentando, más o menos a partir del 2015 en la masificación de los celulares inteligentes y del internet inalámbrico, con el acceso a una información heterogénea y casi sin mediación desde la adolescencia.

Cinco adolescentes desde los quince años, hasta los 19, dijeron enterarse de discusiones públicas por los youtuber de La Pulla (E2;3;4;5;9), otra por el medio virtual Minuto 30, uno por el periódico el Q’hubo y otra por un gamer de nombre Vegetta777 (que también puede hacer las veces de youtuber). Adriana Roa (2021) analiza que el humor, en especial los memes, muestra que hay muchas personas consumiendo chistes políticos y riéndose de ellos, cada vez más y en edades más tempranas. No se puede dejar de medir que la otra mitad no tiene ningún tipo de consumo de información pública, política o noticiosa, aclarando, por ejemplo, que sólo estaban interesados en el fútbol o en el arte.

Va quedando una idea clara de que hay una buena cantidad de jóvenes y adolescentes enterados y que ya sus consumos de información se logran entremezclar con discusiones públicas o incluso lo político, pero el discurso de estos y estas jóvenes y adolescentes muestra aún una cultura política muy caudillista, muy del líder, en algunos casos nombrándose a ellos o ellas mismas como tal. Existe un concepto que pone intensamente en el centro la representación, dejando a veces a la participación como algo muy espontáneo, explosivo y sin forma.

Hay un desconocimiento enorme sobre los órganos de control, pero este se conjuga con un conocimiento, creencia o experiencia de que la justicia no funciona y menos para esos con poder, gobernantes o políticos, que hay que controlar a la hora de frenar los grandes procesos o “negocios” de corrupción.

“Denunciar es solamente acumular cismatismos, acumular miedos, porque usted puede demandar, pero cómo va a demandar a una fiscalía, o entrar a juicio con el poder prácticamente.” (E1, 2021).

Ante esto, una solución que se repite es la de un organismo o una observación internacional (E3; E4, 2021). En todo caso, ante la imposibilidad de los jóvenes y adolescentes de nombrar una contraloría, cabe pensar si no les interesa porque no la conocen o no la conocen porque tienen una tesis muy fuerte de que los contrapesos del poder no funcionan, llevando siempre a una idea más grande de una crisis de la justicia y de la protección (el desprestigio de la justicia y las fuerzas armadas del Estado para los jóvenes y adolescentes de la periferia de Medellín).

“De quién nos pegamos, a quién carajos le pedimos ayuda, si todas las personas que le pedimos ayuda hacen parte de ese sistema de corrupción, entonces esto deja de ser un Estado (....).” (Adriana Roa, 2021).

“Yo no sé si votar, depende de la gente que esté ahí. De nada sirve eso. ¿Se acuerda cuando Colombia estuvo en una protesta de eso, que hubo muchos muertos, que se despertó el pueblo? Dígame qué ganamos ahí, sólo quitamos la atribución esa que pusieron sobre el IVA. Y hubo muchos muertos, y se acostaron en no tener el pueblo. Yo digo que para uno hacer eso, tiene que tener también pistolas que darle, porque los policías disparan a matar. Que no dispararan... en cualquier momento eso se calienta. Ahí siempre va haber alguien de la guerrilla infiltrados, (...) el pueblo va tranquilo, pero ellos son los del alboroto” (E3, 2021).

Lo que pone en común a todas las entrevistas es el miedo, en una parte de las y los entrevistados hay una noción compleja de participar de una corrupción, en parte extorsiva, bajo amenaza (E3, 2021), una idea de cooptación mafiosa del Estado, pero, más allá, en todos los entrevistados hay una noción de que protestar y denunciar puede llevar a perder la vida.

“El miedo es digamos que la gente va a salir a protestar, pero siempre va a haber una persona que quiera matarlos como la Policía, entonces muy maluco. (...) Yo a esa cosa no me le voy a meter, a protestar, a penas me maten a mí muy maluco.” (E3, 2021).

Para jóvenes y adolescentes fue muy impactante las protestas y movilizaciones del 2021, mostrando casi siempre un análisis complejo y unas emociones agridulces, donde en cuatro casos son críticos con los manifestantes (de 14 que tocaron el tema sin que se les preguntara).

“La marcha sería buena, pero no así como ellos lo hacen.”(...) Porque se vienen pa’las partes bajas en las marchas. El gobierno dice que no, pero lo permite porque no es por la parte de ellos.”(E10, 2021).

Los que ya están en la universidad y una artista de 25 años reflexionan sobre la necesidad de la protesta, pero también la desesperanza de

lograr los efectos en el Estado, como les ilusiona, y plasmar la movilización en la democracia representativa.

“A mí me parece que de esperanza hay muy poquito. (...) Uno pensaría que hay jóvenes que estamos concentrados en cambiar la situación del país, empleo digno, salario digno (...), información en las redes, conscientización de familiares (...), pero (...) uno se empieza a conscientizar, si habemos tantas personas en las movilizaciones porque siguen quedando tantas personas, porque siguen quedando los mismos. El ciudadano no tiene la más mínima oportunidad. (...) No sé en quién poner mi desesperanza porque mi desesperanza es real. Esperanza no hay mucho porque no tengo fe en ningún ámbito de la democracia.” (Adriana Roa, 2021).

Lo que está acá no es tan distante de ciertas búsquedas académicas, Gustavo Duncan (2017) en su libro Democracia Feroz se pregunta por qué un cúmulo de acciones ciudadanas afecta tan poco a políticos desprestigiados o después de un juzgamiento a los corruptos en la política, estos, con pequeños arreglos, sigan teniendo el mismo poder. Querer un cambio profundo del sistema, lo que se podría acusar como exageración por parte de los jóvenes, hace parte las reflexiones de Fernando Escalante (1994), como la necesidad de un cambio de orden o de que ese orden no sea en buena parte la corrupción misma.

“El problema que surge de las explicaciones sociológicas de la corrupción es la extraña ineptitud de las instituciones políticas para regular de manera eficaz el comportamiento de los políticos. Su fragilidad, digamos, o su caducidad, que las hace ser sobrepasadas casi sistemáticamente por la inercia de la vida social, sobre todo porque parece que eso no causa mayores problemas, corruptas y todo las instituciones suelen funcionar con una razonable eficacia para la reproducción del orden.” (Escalante, 1994: 88).

En conclusión, la artista Adriana Roa (2021) plantea que hay dos fenómenos que impiden la democracia en Colombia: clientelismo y represión, que así mismo corresponden a la necesidad y al miedo. La salida a la violencia y a la sinsalida, nos lleva a uno de las pocas respuestas sobre la veeduría como personas cercanas que se organizan y contrarrestan una injusticia (E13; E14, 2021) y también los buenos defensores del territorio inmediato como alguien admirable y sobre todo en el que se confía.

“Siempre mi barrio ha tenido una gestora. Me mantiene enterada, apropiada del barrio.” (E6, 2021).

Aún sin tener en la inmensa mayoría una comprensión sobre organización ciudadana y democracia participativa, hay una noción de lo que se puede lograr en el espacio cotidiano de la escuela y del barrio, y esas conquistas de espacios muy concretos o micro-conquistas pueden significar democratizaciones y vencimiento de una parálisis o del miedo mismo.

“Yo necesito estar aquí, yo necesito ayudar.” (E10, 2021).

“Enseñarle a la gente a que vote a consciencia y no por conveniencia.” (E4, 2021).

Las ideas para contrarrestar el miedo que tienen adolescentes y jóvenes, y por tanto de solución a la violencia, es con una intuición de noviolencia, que ellos llegan a nombrar como “cultura”, “respeto” y “exigir con verdades”. Más concreto aún, para superar la inmovilidad, la proximidad: desarrollar confianza para resolver con personas que nos podamos sentar en la cuadra (la misma calle donde se vive) o en la escuela. En medio de la desesperanza, de la desconfianza y del descreimiento, el nuevo sentido a la democracia es hacer, creación de pueblos y ciudades.

Fuentes

Etnográficas:

Todas las entrevistas fueron hechas en Medellín, 13 presenciales y dos virtuales, en noviembre del 2021 con un instrumento de preguntas abiertas.

Bibliográficas: